Llevo procrastinando la redacción de este artículo varias semanas por dos motivos. El primero era tan simple como el no saber qué longitud otorgarle para no dejarme datos importantes, pero a su vez que llegara al máximo número de propietarios y profesionales posibles. El segundo motivo por el horror que suponen los datos expuestos.
El Experimento Milgram
Fue uno de los mayores experimentos de la historia de la psicología llevado a cabo a principios de la década de los años 60, que posteriormente se ha ido replicando con resultados similares. El objetivo de dicho experimento era determinar si los sujetos eran capaces de realizar acciones atroces a otros humanos porque una «autoridad» (investigador de universidad) lo dijera, incluso si estas acciones pudieran llegar a ocasionar daños severos o incluso la muerte a otro «participante» (actor).
En otras palabras, ¿el ser humano es capaz de dejar de lado sus valores, creencias y su propia conciencia para realizar acciones moralmente inadmisibles porque un «experto» se lo encomiende?
Preparando el experimento
En un anuncio de periódico se reclamaron participantes para realizar un estudio sobre el aprendizaje, la memoria, y el uso de castigos en dichos procesos; simplemente por asistir, los participantes cobrarían una pequeña cantidad de dinero.
En el experimento eran necesarias tres personas: el alumno (un actor), el investigador (otro actor que haría de «autoridad») y el profesor (el participante del estudio). Mediante un falso sorteo, se asignaban los roles y se llevaba al profesor (sujeto) a una habitación en la que controlaba una máquina de descargas; la información que recibía era que dicha máquina estaba conectada al alumno (actor) que se situaba en la habitación contigua, y que por cada respuesta equívoca tendría que pulsar el botón de electrocución regulando progresivamente la intensidad (desde los 15v hasta los 450v) para valorar si el empleo de castigos aumentaban el rendimiento del aprendizaje y la memoria.
Para que no hubiera equivocación, la máquina contaba con etiquetas en las que informaban de la gravedad de la descarga en función de la intensidad.
Desarrollo del experimento
El profesor (sujeto) leía una serie de parejas de palabras y el alumno (actor) debía responder cuál era la pareja correcta, aunque fallaba de manera consciente. Cada vez que el alumno (actor) fallaba, el sujeto debía castigarle subiendo la intensidad de la descarga y pulsaba el botón, con el consiguiente grito de agonía del alumno (actor). A medida que la intensidad aumentaba, así lo hacían los gritos, quejas, y súplicas de parar la actividad, hasta que llegaba un momento en el que el actor no respondía a las preguntas o descargas simulando que le había ocurrido algo de gravedad, pero el sujeto debía tomarlo como respuesta incorrecta y seguir pulsando el botón hasta llegar al final.
En muchas ocasiones el profesor (sujeto) notificaba al investigador (actor «autoridad) que no estaba cómodo con ello, o que quería finalizar el experimento, pero en tono neutro le respondía que continuara.
Resultados del experimento
Sorprendentemente, el 65% de los sujetos llegaron a aplicar todo el abanico de descargas hasta llegar a los 450v a pesar de no sentirse cómodos o estar angustiados por ello, por el simple hecho de que un hombre con bata les pidiera que continuara; habrían matado al alumno (actor). El 100% de los sujetos llegaron a aplicar descargas de 300v produciendo daños de gravedad.
En las últimas cuatro décadas, este experimento se ha ido replicando en diferentes países con resultados similares. Efectivamente, da miedo.
En el mundo canino…
Hace tiempo que se ha demostrado que tanto en humanos como en perros, el uso de aversivos o estímulos dolorosos en fases de aprendizaje precisamente dificultan la adquisición de nuevos conocimientos y empeoran notablemente los resultados. Sin embargo, a día de hoy (cada vez menos afortunadamente) existen «profesionales» y «expertos» que siguen recomendando el uso de collares eléctricos, cordinos, «órdenes» autoritarias, correcciones verbales, castigos físicos, tirones de correa, gritos…
Existe una gran sensibilidad animal que aumenta con los años, los canes ya no se ven como simples «animales» con el significado que tenía hace varias décadas, sino que se entiende que tienen sus propios sentimientos, y sienten dolor, alegría, amor… Es decir, la sociedad actual está consiguiendo entender que los perros sienten empatía, y los humanos también sentimos empatía hacia ellos.
Sin embargo, a día de hoy existen grandes probabilidades de que cuando un «profesional» (autoridad) nos pida que nos comportemos de un modo que va en contra de nuestros principios con nuestro peludo, acabemos haciéndole caso aunque nos sintamos incómodos o angustiados por ello. En definitiva, esa persona «es la experta en el tema».
Una simple, muy recurrente, pero gran petición…
Da igual que lo diga el educador, veterinario, adiestrador, etólogo, amigo del parque, familiar entendido… nunca, y repito, nunca, produzcas el más mínimo malestar o dolor sobre tu protegido, por muy «entendido» que sea el que te lo recomiende.
Existen otros métodos de enseñar, educar, y «trabajar» conductas que nos preocupan, tenemos la responsabilidad de utilizarlos.
Para más info:
Si te ha llamado la atención, te recomiendo que visualices los siguientes videos
Por último, os recomiendo que leáis el libro: Obediencia a la autoridad: un punto de vista experimental (1974). Stanley Milgram.
O al menos, ver la película Experimenter: La historia de Stanley Milgram https://www.filmaffinity.com/es/film631983.html